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Amigo imaginario

Tengo una hija llamada Valentina, cuando ella tenía escasos tres años de edad cumplidos hubo cambios que notamos de inmediato, pues de repente ella presentaba actitudes que nos hacían pensar que hablaba con alguien más; un amigo imaginario (común en los niños) pero que no dejaba de intrigarnos, pues la interacción que ella tenía era realmente sorprendente, en verdad era como si se dirigiera a alguien que estuviera físicamente con ella, pero, ¿quién era ese alguien? Por más que nos esforzábamos en tratar de verlo no lo lográbamos, de hecho, nunca lo logramos.

La interacción que tenía mi hija Valentina con ese ser llegó a tal grado que la niña compartía todo con él, lo incluía en todo, cuando nos sentábamos a la mesa pedía un lugar para él y cuando se iba a dormir compartía hasta su cama; está demás decir que durante el día el comportamiento era evidente, pues lo incluía en sus juegos. Tal era la emoción de Valentina por su compañero que nos causó curiosidad por saber el nombre de su fiel acompañante, así que le hicimos la pregunta esperada: “¿nos puedes decir cómo se llama?” y ella con toda la tranquilidad e inocencia que caracteriza a un niño de esa edad respondió: “Sí mamá, él se llama Sodón”.

La relación entre Valentina y Sodón  siguió al correr el tiempo, eran realmente inseparables, hasta que un día la niña se encontraba llorando inconsolablemente, nos acercamos a ella y como es evidente le preguntamos ¿qué le había pasado?, ¿quién le había hecho algo? Y ella llorando respondió: “Sodón”, mi reacción inmediata fue dirigirme a ese tal Sodón (aunque no lo veía) y le dije que no quería que le hiciera nada a mi hija, pues de hacerlo ya no lo íbamos a querer ni a aceptar.

Así transcurrió el tiempo con Valentina y Sodón manteniendo comunicación hasta que mi hija cumplió cinco años; un día ella se encontraba jugando cuando de repente su actitud fue de asombro y con una expresión de verdadera sorpresa me dijo: “¡mira mamá!, ¡es Sodón!”; le pedí me lo describiera (yo también asombrada porque reitero nunca logré ver lo que ella veía) y me respondió: “Es alto, su cabello es como el oro y tiene una cosa brillante en la cabeza” … yo atónita al escucharla decir eso y pensando que no podía sorprenderme más ella prosiguió en su descripción: “¡Mira mamá, sus alas!, ¡están desde el techo hasta el suelo y son muy blancas!” Me sorprendió porque por más descripción que ella daba, yo no lograba verlo, pero la mirada de mi hija me lo decía todo.

YAZMÍN

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